en  Im Spiegel der Maya Deren (Martina Kudlácek, 2002)





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Hay “herejía” cuando una posición mayoritaria tiene el poder de nombrar en su propio discurso y de excluir como marginal a una formación disidente. Una autoridad sirve de marco de referencia al mismo grupo que se separa o que la misma autoridad rechaza. El  “cisma”, por el contrario, supone dos posiciones de las cuales ninguna puede imponer a la otra la ley de su razón o la de su fuerza. Ya no se trata de una ortodoxia frente a una herejía, sino de iglesias diferentes. Así es la situación en el siglo XVII.
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Este “estallido fatal de la antigua religión de la unidad” hace recaer progresivamente en el Estado la capacidad de ser para nosotros la unidad de referencia. Una unidad que se desarrolla bajo la forma de la inclusión, valiéndose de un juego sutil de jerarquizaciones y de arbitrajes, y cuya estructura es más bien de tipo ternario (los tres “estados”, etc.).
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Difícil y violento, el reacomodo del espacio religioso en iglesias o en “partidos” no es acompañado únicamente por una gestión política de las diferencias. Cada uno de los grupos nuevos manipula las costumbres y las creencias, efectúa para su provecho una reinterpretación práctica de situaciones organizadas anteriormente según otras determinaciones, produce su unidad a partir de los datos tradicionales, y se procura los medios intelectuales y políticos que aseguran una reutilización o una “corrección” de pensamientos y conductas. Mediante el control, la unificación y la difusión catequéticas, la doctrina se convierte en un instrumento que permite la fabricación de cuerpos sociales, su defensa o su extensión.
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