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Los monoteísmos celosos (como tiempo después la Ilustración celosa y el
cientificismo celoso) sacan su impulso de la fantástica idea de que, a pesar de todos los
errores y confusiones de la realidad controvertidamente lingüistificada y múltiplemente
representada, se podría «restablecer» el lenguaje originario univalente. Les gustaría hacer
audible el monólogo de las cosas como son en sí mismas y reproducir los hechos sin velos,
las primeras estructuras, las instrucciones más puras del ser, sin que hubiera que
condescender con el mundo medio de las lenguas, de las imágenes y de las proyecciones
en su propia legalidad. Los partidarios de las religiones de revelación pretenden incluso
hacer que el monólogo de Dios resuene en un oído humano, y que en ello el ser humano
oyente permanezca como mero receptor sin que su yo entre en juego; y sin que tenga
participación alguna en los derechos de autor.
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                                                                                     Peter Sloterdijk en Celo de Dios



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Ya la parábola evangélica de los lirios del campo y los pájaros del cielo ironiza acerca de los tesoros, los stocks y las provisiones, que solo son adjetivos de las personas: los principados y los señoríos no son más que imposturas, "Degollar a un rey, hacer lo que nunca nos atrevimos a hacer, son cosas fáciles de realizar y deben ser realizadas." Lo que importa no es la virginidad de los gestos y de las palabras, sino la del pensamiento, exactamente esa que la ironía nos enseña a aislar. Por otra parte, Pascal nos ha mostrado los malentendidos, e incluso las casualidades, a los que la justicia humana les debe su prestigio.
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                                                     Vladimir Jankélévitch en La Ironía.